Muero para ser recordado, y vivo para seguir recordando
La piedra húmeda y
fría se aprieta contra mi piel y tiemblo sin control. Un búho voló junto a mí.
Había aves de presagio malignos, que anunciaban la muerte con su ulular
nocturno. Sí, aún en este siglo, donde la televisión, el Internet, los juegos
de video, la información escrita, visual y auditiva avasallan a nuestra
sociedad; se puede oír el canto del tecolote y sentir este frío intenso que
cala hasta los huesos.
Entre
el barullo de la gente escucho la voz de Juan Tonali –Juanito Destino- como él se hace nombrar (porque en náhuatl
tonali es destino), hombre de 70 años,
de ideas firmes y de hablar claro, va acompañado de su nieto Carlos o Charly
como lo llaman sus amigos. Niño inquieto y extrovertido, curioso como todos los
niños de su edad.
Juan
Tonali, es toda ternura con el niño, es un abuelo obstinado, que se enoja
cuando a Carlitos lo llaman Charly, ah viejito loco, al niño le ha puesto Notontlicuauh, que significa Mi pequeño árbol, porque dice que el
árbol es una planta sagrada que une la tierra con el cielo, es el medio de
comunicación de lo celestial con el inframundo ese que se encuentra a nuestros
pies.
Sigo
teniendo frío, será porque es noviembre y estamos a mitad del otoño. Pero me lo
aguanto porque se, que hoy 2 de noviembre, a Notontlicuauh le será revelada una historia que a sus ocho años aún
no conocía y que su abuelo Juan Tonali le
descubrirá.
¡Maldito
frío!, ¿cómo podré quitármelo?, maldito lugar, que suele estar tan solo la
mayoría de los días del año, pero que en esta fecha, se amontona de gente, como
en la estación del metro Balderas en la Ciudad de México.
Escucho
cada vez más cerca las voces, ¡sí, ya están aquí!, ¡que paisaje!, de verdad
impresionan el bullicio de la gente, esos mausoleos, bellas flores que derraman
su aroma insinuante y seductor, luz de veladoras que hieren la oscuridad, y las
tumbas frías, como este inmisericorde viento que no cesa de molestar. Charly, el
inquieto Notontlicuauh pregunta a su
abuelo.
—Niño: Abuelito, ¿dónde estamos?, ¿qué lugar es este?, nunca
habíamos venido aquí, y esas cosas ¿qué son?, ¿por qué hay mucha gente?
—Abuelo: Tranquilízate Notontlicuauh,
esto es un cementerio o panteón, eso que vez son las tumbas y hay mucha gente
por que hoy es un día importante para todos ellos y también para nosotros.
—Niño: Día importante para nosotros y para ellos, ¿por qué?,
¿qué quieres decir abuelito? Ya, dime la verdad ¿Qué hacemos en este lugar?
—Abuelo: Mira, mijo, hoy, es el día del año, en que se debe
venir a visitar y honrar a las ánimas de nuestros muertos o difuntos.
—Niño: Pero abuelito si a nosotros no se nos ha muerto nadie
¿O si?
—Abuelo: No necesariamente tiene que morirse alguien en este
momento para venir al panteón, recuerda que mis papás y los papás de mis papás
ya han muerto y aquí se encuentran. Por eso hemos venido.
Pobre Juanito, a su edad y tener que dar explicaciones
de sus actos al nieto, ¡de veras que es un mundo de contrastes!, en mis tiempos
eso no era así.
—Niño: Oye abue, de haber sabido que íbamos a estar mucho
tiempo fuera de la casa hubiéramos traído la televisión portátil para ver las
caris, o ya de perdis me hubiera traído mi Nintendo o mi ipod para oír a los
Pata de perro ¿no lo crees?. Por qué no le hablas a mi papá para que se traiga
su laptop para jugar un rato en ella. Y por ahí le dices que aparte unos
boletos para ir a ver al cine los Minios,
dicen que está bien chida.
—Abuelo: ¡Qué dices!, ¡vaya resulta que ahora los patos le
tiran a las escopetas! ¡No señor!, y deja de rezongar y ayúdame a colocar estas
flores, es más, mejor siéntate y estate tranquilo. Nintendo, ipod, Pata de
Perro, televisión, computadoras, ¡quién entiende a la juventud hoy! ¡Ay! si mi
abuelito viviera, ¡seguritito se volvía a morir del coraje, de ver tantas cosas
que nomás embrutecen y los tienen enlelados! ¡Dios mío! Nintendo, ipod, laptop,
Minios, ¡ni que ocho cuartos!
Todo eso
es pérdida de tiempo, además debes saber que este es un lugar sagrado y que lo
que estamos haciendo es bastante importante.
—Niño: ¿Importante? ¿Por qué?, a ver, deja de enojarte y
dime, ¿qué es lo que estamos haciendo aquí?
Si Juanito, no seas enojón, y ya dile al niño a que
han venido, ¡ah, por cierto! no le des tanta vuelta a algo que es sencillo de
explicar, porque ya te conozco como eres de marrullero... ¡No sean malos!
pásenme otro tamalito, de veras les quedaron ricos.
—Abuelo: Mira Carlitos, como ya te dije, hoy es el día en que
recordamos a nuestros muertos, además es una tradición muy nuestra y que se
practica en todas partes de nuestro México.
—Niño: Si eso ya me lo dijiste, pero ¿quién te la enseñó?, ¿en
qué consiste? y ¿desde cuándo existe?
—Abuelo: Bueno, son muchas preguntas pero trataré de contestar
a todas.
Por
principio de cuentas, fueron mis padres quienes me dijeron que tenía que hacer
esto.
—Niño: ¿Y a tus papás quién les enseñó?
—Abuelo: No lo sé, me imagino que también fueron sus papás.
No Juanito, no seas tan simple, cuéntale la historia
que te contó tu papá, aquella que tú precisamente me dijiste, ¿o qué ya no te
acuerdas?, ¡épale, canijo perro!, no rasques allí, ¿no ves que acaban de
arreglar?
—Abuelo: Espera, ahora recuerdo algo, sí fue mí papá quien por
primera vez, también en este panteón, él me contó algunas cosas, porque al
igual que tú, yo también tenía muchas dudas al venir por primera vez a este
lugar, y ver a tanta gente junta. También recuerdo que a tú papá le conté
aquello que una vez me dijo mi papá.
Vaya!, por un momento pensé que no te acordarías, ya
iba yo a jalarte las orejotas, porque hasta eso, eres medio malo para recordar
las cosas. Y mira que yo te conozco desde el pelo hasta la punta de los pies
desde hace ya mucho tiempo.
—Niño: Y ¿qué fue lo que te contó tu papá y qué también se
lo contaste a mi papá abue?
—Abuelo: Mira Notontlicuauh,
aquel día mi papá me dijo que Tonali
como él me llamó desde ese día, significaba destino y que por eso me decía así,
porque todos llevamos en nuestra espalda eso que se llama destino, y que es
como una línea que se recorre día con día; y que en cualquier momento se llega
a su fin. Todos los hombres sin excepción, al final de nuestra línea
terminaremos en un lugar como este. Porque decía mi papá que los humanos, deben vivir para recordar y morir
para ser recordados, es decir para no ser olvidados jamás porque nuestra
estancia en esta vida es pasajera. Nuestra vida es un instante, aunque a muchos
les parezca una eternidad.
—Niño: No abue, no entiendo. Mejor platiquemos de otra cosa.
—Abuelo: Mira hijo, para que entiendas mejor, desde hace
muchos años o como dicen algunos, desde tiempos inmemoriables, los hombres
hemos rendido culto a la Muerte, la respetamos y la veneramos, por ser algo de
lo que ninguno de nosotros se escapa.
—Niño: entonces abue, ¿tú también te vas a morir, y lo mismo
mis papás y yo?
—Abuelo: Si, todos al final de nuestro destino moriremos y
entonces pasaremos a ser recuerdos en el corazón de nuestros seres queridos,
para que llegadas estas fechas, vengan a honrarnos y venerar ese recuerdo.
Eso es Juanito, cuando te lo propones eres bastante
explícito, aunque un poco sentimental, siempre lo he dicho, para contar
historias, Juanito Destino. Oigan ¿no tiene de casualidad un tequilita?, porque
este frío sigue de veras calando.
—Niño: Oye abue, en la escuela me dijeron que existieron aquí
otras culturas meso, ay… ¿cómo era?, ah, sí, mesoamericanas y que ellos también
veneraban a sus muertos.
—Abuelo: Así es hijo, eso también me lo dijo mi papá, mencionó
que para esas civilizaciones la muerte era uno de los eventos más
trascendentales en la vida de todos los pueblos.
Sobre
todo porque la muerte es un misterio, por eso se venera. Mucho antes de la
llegada de los españoles a estas tierras, ya nuestros antiguos mexicanos la
celebraban, la respetaban y le rendían culto. Como nosotros lo seguimos
haciendo.
—Niño: Abuelito, sin querer ya contestaste otra de las
preguntas que te hice, porque con esto que me dices, el venir a un panteón como
tú dices es algo que tiene ya muchos años y que incluso lo hacían los meso… los
mesoesos.
—Abuelo: Mesoamericanos, se dice, me-soa-me-ri-canos, y
efectivamente, tiene ya muchos años, y sería difícil precisar un año, por eso
te dije que no sabía desde cuando.
—Niño: Ya sólo falta que me digas ¿por qué se venera a la Muerte?
Si
Juanito, ya díselo, total, para eso te pintas solo, nadie como tú para contar
las cosas con tanto entusiasmo, si bien decía mi mamá, ese Juanito tiene
talento, ¡le habías de hacer caso!
—Abuelo: Hijo ¡No dos veces se nace, no dos veces es uno
hombre; sólo una vez pasamos por la tierra!
Y
la Muerte es misteriosa, enigmática, oscura, es un escalón más en nuestro tránsito
por este mundo, y de la muerte y el pago de impuestos nadie se libra.
—Niño: Que chistoso, pero a ver abue, tu papá te dijo ¿por qué
es en noviembre la celebración de los muertos?
—Abuelo: Mmmm. Sí algo recuerdo de eso, según mis papás, los
antiguos mexicanos tenían varias fechas en la cual veneraban a sus muertos, una
de esas fechas coincidía en este mes de noviembre, que para ello era su
decimocuarto mes y lo llamaban Quecholli
y se lo dedicaban al dios Mixcóatl.
En esta fecha ofrecían saetas en manojos de cuatro, sobre los sepulcros de los
muertos; ponían también juntamente con las saetas y teas dos tamales. Y estaban
todo un día entero sobre la sepultura.
—Niño: Abue, ¿qué son saetas?
—Abuelo: Las saetas son flechas con las cuales cazaban, y era
un instrumento básico para dar muerte a sus enemigos.
— Niño: ¡Ah!, eso es una saeta, y ¿porqué las colocaban en
las tumbas?
—Abuelo: Las saetas significaban una ofrenda que se hacía para
aquellos guerreros, que muertos en una batalla, y que por alguna razón al
momento de su muerte si, su escudo o rodela como se conocía, no tenía ningún
hoyo provocado por alguna saeta, el guerrero muerto, no podía mirar el sol, y
disfrutar de éste, por ésta razón se colocaba en las tumbas estas saetas para
que se hicieran estos hoyos y así poder mirar al sol.
—Niño: Y los tamales que me dices ¿por qué los colocaban en
la tumba?
Vamos Juanito, dile que es una ofrenda, y por qué es
importante participar en su elaboración. Ándale, no lo dejes con la duda,
porque es malo para los niños. Y hablando de ofrendas ¿no trajeron una frutita
para mí?, ¡no sean malos!
—Abuelo: Debes saber que el cielo, para
los antiguos mexicanos era una arboleda y bosque de diversos árboles y con las
ofrendas que les daban en este mundo los vivos, los muertos iban a su presencia
y allí las recibían y podían disfrutar de ellas.
—Niño: ¿Quieres decir que los espíritus
de los muertos vienen con nosotros en este día a disfrutar de nuestras ofrendas?,
¿Y por eso en la casa mi mamá colocó mucha fruta y comida, así como otras cosas
que seguramente les gustaban a nuestros difuntos, en una mesa?
—Abuelo: Así es, y debiste haberle
ayudado, pero esta mejor tu Nintendo tu ipod ¿verdad?
—Niño: Bueno abue, nadie me había dicho
qué se tenía que hacer en este día y mucho menos por qué colocaban esa fruta
amontonada, o como dices que se llama.
—Abuelo: Ofrenda, se llama ofrenda (porque precisamente se
ofrece). Y sí, nuestros muertos, al verla colocada en este día la reciben para
disfrutarla en el lugar que se encuentren.
—Niño: Vaya, eso si que espanta. Pero lo que no entiendo es
¿porqué son frutas y comida?
—Abuelo: Mira hijo, se dice que el alma toma de los alimentos
la esencia, por ello en el altar que se acondiciona en la casa se ofrece
diversidad de frutas y comidas, como también aquello que más le gustaba en vida
a nuestros seres queridos.
Con la
colocación de la ofrenda compartimos con nuestros parientes muertos ciertos
goces de la vida y placeres terrenales que a ellos les gustaba. Porque debes
saber que no hay cosa más preciosa que las cosas que la naturaleza nos otorga.
— Niño: Muy bien abue. Entonces éste día, es un día de fiesta,
porque es un momento de reunión de toda la familia, tanto de vivos como de
muertos, ¿o no?
—Abuelo: Así es, bueno al menos la televisión y tus juegos de
video no te han atrofiado el cerebro, ¿o no?
—Niño: Ya abue, no te burles, pero a ver, tengo una duda. Y
las almas que no entran al cielo y que dicen que andan penando, qué onda.
—Abuelo: Eso hijo, como decía la nana Goya de la televisión ¡es
otra historia! Y toma estas flores y veladoras, porque todavía falta que
arreglemos la tumba de tu abuelita.
—Niño: De mi abuelita, nadie me había dicho que tuve
abuelita.
—Abuelo: No te lo habíamos dicho, porque cuando tú naciste ella
murió. Ándale, apúrate, ya deben de estar tus papás esperándonos allí.
Juanito, mi Juanito Destino, gracias por traer a
Carlitos y explicarle precisamente hoy por qué están aquí. Como cada año,
comparto aunque sea por un momento tu espacio, pero se que sigo viva en tu
pensamiento todos los días y ahora con mayor fuerza en un nuevo corazón, el de
nuestro pequeño Carlitos, El Pequeño Árbol. Se acerca más gente, y este maldito
frío que no se quita. ¡Cuidado! Señora ¿qué le pasa? ¡Ayyyyyyyyyyyyyyy!
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