Los Portales de Toluca
Es
domingo, y estamos en el año de 1924. La vieja costumbre de la sociedad
toluqueña al dedicar este día para pasearse en su sitio predilecto, el Portal
Madero, nos hace encaminar nuestros pasos hacia el orgullo de la provincia,
donde gozaremos del grandioso espectáculo que nos ofrece el desfile de las
bellas mujeres parloteras, mientras el insigne y humilde Maestro Esquivel nos
deleita con el semanario y selecto concierto magistralmente ejecutado por la
Banda del Estado.
Escogemos
una silla cualquiera de las dos hileras de sillas que a ambos lados se colocan,
teniendo la suerte de quedar frente por frente del cajón de ropa “La Valenciana”
sitio estratégico para brindarle a nuestra adolescencia toda una fiesta de
color y de belleza.
Son
las once de la mañana, y los aires se estremecen con las notas vibrantes de la Marcha
Dragona. Breves momentos después principia el desfile alucinante. Nuestra
admiración brota espontánea y sincera cuando pasan frente a nosotros las nenas
Álvarez, altivas y arrogantes, que con leves y corteses ademanes saludan a las
amiguitas, y a los jóvenes endomingados interrumpiéndoles sus charlas intrascendentes.
Ellos y nosotros esperamos inundarnos el alma de belleza, con el desfile
maravilloso de aquellas juventudes florecidas en esbeltos cuerpos y caras de
Madona.
A
las doce, la animación ha llegado s su clímax; aquella abigarrada concurrencia,
selecta, distinguida, orgullo y blasón para Toluca, desfila ordenadamente,
entre admiraciones y respeto.
María
Elena Salgado, grácil y esplendorosa, da el brazo a su hermana Chabela, un
ángel rubio; la señora Molina distinguida y amable, con Rosita, igual a una Virgen
Agarena; atrás, Felipito y Carmela Molina, completan el grupo de una de las
familias más apreciadas; Lolita Echeverri, con su cuerpo venusino; Carmen Hall,
con su esplendorosa belleza, pasa después toda llena de gracia; las muchachas
Vilchis Aurora y Leonor, candorosas y seductoras… y tantas y tantas más que
hacían de los domingos de aquellos días lejanos toda una fiesta de color y de
belleza únicas. A la una de la tarde, terminado el concierto, se emprendía el
regreso a casa, seguidas siempre de las señoras más, severas y honorables,
dejando tras sí un incendio en los corazones de los jóvenes que las seguían de
lejos, esperando que los días pasasen pronto y el Dios Cronos nos regalara otro
domingo.
Han
pasado veinte años… Aquel institutense que un domingo cualquiera, hace cuatro
lustros, fuera a sentarse frente al Cajón de “La Valenciana” para sentir muy
adentro de su alma la primera emoción estética, para embriagarse con aquel desfile
de juventud y de belleza, ha vuelto, por desgracia a los Portales Toluqueños,
para sufrir la decepción más honda y amarga de su vida… Buscó su silla de otros
años… y al no encontrarla, se arrimó humilde y temeroso a un pilar cualquiera,
frente al que descubrió el café de un chino, en el que choferes, jóvenes de hoy
y nuevos ricos en extraña mezcolanza, van a exhibirse ante las miradas atónitas
de arrapiezos vendedores de periódicos y billetes de lotería…
Otra
vez, como hace veinte años, los aires volvieron a rasgarse con las notas
vibrantes y melodiosas de la Banda del Estado, sabiamente dirigidas por el
Maestro Esquivel, un poco más viejo, pero un mucho más triste, y ante nuestros
asombrados ojos, procedió a desfilar… no la sociedad de Toluca, tan respetable
y culta, sino una caravana tumultuosa y heterogénea en que las bellas muchachas
de hace cuatro lustros han sido inexplicablemente reemplazadas por muchachitas
ansiosas de vivir aprisa, y que inexplicablemente también pasean revueltas
entre abigarrados grupos de fámulas repintadas vestidas estrafalariamente, las
que con la ansiedad retratada en los cetrinos rostros, esperan impacientes a
que una avalancha de tarzanes pueblerinos les haga el amor como deben de
haberlo hecho los hombres cavernarios allá en la noche perdida de los tiempos
primitivos…
Enfermo
de tristeza por el grave desacato y ante tan funesto espectáculo, dejé mi sitio
del frente al café del chino, cebado como un cerdo, y al retirarme vencido de
dolor y amargura, pude escuchar claramente, entre las notas de la Marcha que
ejecutaba nuestra Banda del Estado, que el Arco del Portal Madero orgullo de la
Provincia añorando aquellos días inolvidables de hace cuatro lustros, se
quedaba sollozando…
Mario Rojas Bernal es el que publica este texto en el periódico.
Publicado
en: Periódico “El Demócrata”
Toluca,
Méx., 16 de enero de 1945, pag. 5 y 7.
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